Para hablar de la joya del rugby, primero me voy a ir a los orígenes de la primera melé.
«Un sábado cualquiera de febrero. La hierba sigue mojada por la lluvia de ayer, las nubes no dejan ver el cielo y los pocos espectadores se acurrucan en sus abrigos.
El árbitro ha pitado la primera melé del partido. No es un lance más del juego. Es un duelo, como en las películas del oeste. No solo se trata de ganar un balón, sino de demostrar al contrario que el partido es tuyo. Que les dominas. Que van a pasarlo mal.
Estoy tenso, concentrado, ansioso. Nos reunimos. Me limpio con los dedos el barro de los tacos, para no resbalar ni retroceder un centímetro. No hace falta decir nada, me vale la mirada de mis compañeros. Mis hermanos de sangre. Los contrarios son más grandes que nosotros, pero sé que en este pulso colectivo gana el más técnico y el que sabe aguantar el sufrimiento. Gana el que sabe concentrar la fuerza de los ocho delanteros en un solo empuje.
Me agarro a mis compañeros y la tensión en cada dedo se transmite por el brazo hasta el resto de mi cuerpo. Veo primero mis pies y luego todo el bosque de piernas, propias y contrarias, en medio de la bruma que sale de nuestro propio sudor. La posición. Las sensaciones. Espalda recta, equilibrio de mis pies, bajar el centro de gravedad a ras de suelo. Soy un bulldozer. Que sufran. Que nos noten.
El árbitro canta los tiempos, contengo la respiración y lanzo todo mi cuerpo hacia adelante. BOUM! Ya estamos encajados. Cada lado de la melé somos como un extraño animal que se apoya en 16 patas. Su medio de melé introduce el balón, escucho la voz de carga, cuento mentalmente uno, dos… y con un gruñido salvaje los ocho estiramos las piernas a la vez. Tras un instante interminable de equilibrio, todos temblando por la enorme tensión, damos un pequeño paso hacia delante. ¡Avanzamos!
Veo pasar el balón bajo mis cuerpo. Se lo hemos robado a los contrarios. Hemos ganado la batalla, pero el combate continúa a unos metros de mí. No hay descanso. No puedo respirar por el esfuerzo, pero descubro que estoy de pie y corriendo hacia el balón junto a mis compañeros. Otro contacto, otro balón que asegurar, otro centímetro que conquistar.
Esfuerzo, lealtad, respeto, unión y sacrificio. Los valores del rugby se viven dentro y fuera del campo. Son los valores que hay detrás de las joyas de mdemelé. Hechas a mano con materiales nobles y una imagen cuidada y exclusiva, concentran y recuerdan a cada momento todas estas sensaciones del rugby.
Con una joya de m de melé sientes el rugby dentro de ti.»
Pues sí, con este proyecto que ha nacido de la unión de 3 pasiones: rugby + orfebrería + diseño, esperamos desde Creatividad en Blanco, que el rugby llegue cada vez a más rincones de los hogares españoles, porque al rugby se juega dentro y fuera del campo. Más que un deporte, es un estilo de vida. La lealtad y el respeto que nos enseña el rugby son valores que aplicamos en nuestra vida diaria. Las joyas de mdemelé representan estos valores. Llevándolas te distingues como afortunado miembro de la gran familia del rugby.
Espero que os gusten cada una de sus piezas tanto como a mí. Y desde aquí, les deseamos que tengan mucha suerte en este nuevo proyecto.
Un poco más de información de su creación:
mdemelé elabora todas sus joyas en España siguiendo un proceso de fabricación totalmente artesanal.
Todos los diseños originales se tallan en cera de modelar, una vez acabado el proceso de modelado se funden con la técnica de fundición a la cera perdida, la cera se quema y se inyecta en los cilindros el material noble fundido a una temperatura específica, después las piezas se cortan y se limpian para iniciar el proceso de repaso y pulido de las mismas; con lijas y limas se da el acabado individual de cada una de las joyas. Después se pulen para conseguir el brillo característico de nuestras piezas.
Por último sólo queda incorporar el cuero sin tratar para que vaya envejeciendo contigo, de esta manera podemos decir que las piezas son únicas tanto en su elaboración, acabado y envejecimiento en función de su uso.
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